Bitácora


APUNTES DE VIAJE EN EL CAMINO DE LA ACTUACIÓN

Lengüetazos de la muerte  - La maldición de Arriaga


Hoy tenía que estrellarme contra el mundo y lo logré. Las cosas no  venían muy fluidas últimamente; no solo se acabó el dinero (justo cuando tengo que garantizar la comida de mi hijo), sin hablar de la demora en el pago del colegio, los arreglos de las tuberías y otras tareas onerosas, de esas que toca hacer, que cuestan bastante y no producen nada, pero si no las haces todo puede empeorar.  Podemos aderezarlo con los altercados emocionales que algunas veces se tranzan entre mi y yo, que por lo general tienen que ver con la manera como las relaciones con algún otro generan conflicto. Como dicen un día chocolate sol, después de una suave semana, densa como un cuchuco recalentado.
Pues bien, tuve la fortuna de llegar a tiempo para la conferencia de Arriaga, justo antes de que los conocidos cruzaran la puerta del auditorio; así que logré entrar sin hacer la laaarga fila, utilizar el baño para relajar la vejiga y otras tensiones, para finalmente esperar en un cómodo sillón del antiguo teatro México. Afortunadamente, de otra manera no habría soportado los tres speachs introductorios de las figuras burocráticas. El señor Arriaga es muy simpático, riguroso, según cuenta el mismo, aunque por supuesto irreverente, como algunas de sus películas; no conozco su literatura. Habló de estructuras, de arte y reiteradamente de accidentes; como en sus películas. De hecho auguró la muerte de algún asistente en un accidente próximo; al fin y al cabo eso suele suceder. Los accidentes son los que suelen ponernos a mirar en direcciones que no se habían contemplado antes, dice el escritor. Entre muchas anécdotas y frases lúcidas habló de los lengüetazos que da la muerte para recordarnos que tarde o temprano nos vamos a morir. Y creo que fue justamente esa lengua la que encontré.
Un poco enervado por el continuo egocentrismo de las intervencioncomentariopinionpregunta típicas de los participantes de eventos culturales en nuestra gloriosa capital, huí del auditorio en aras de averiguar por el costo de las reparaciones/destrucciones que el plomero estaba haciendo en la casa. Para no ir por las ramas, abrevio: una vez atravesado el mar de carros que es el trancón de carrera séptima, ya cuando faltaba poco para bajarme del fantástico vehículo que nos zarandeó por 30 cuadras se sube un gañancito de chaqueta naranja y blanco, muy aseado y sonriente, quien con sus cabellos dorados acude a la buena educación para obligarnos a saludar… y ahí fue Troya.  No solo le señalé su falta de educación por irrumpir de esa graciosa manera sobre la registradora, no me limité a enumerarle las dificultades que personalmente me aquejan, sino que cometí el improperio de hacerle competencia: en efecto comencé a cantar mis penas a voz en cuello ante la sonrisa cobarde de los demás asistentes. Cuando el sujeto inició su retahíla de Jesús salvándolo de la droga no pude contenerme, vociferé con clara proyección en defensa de las drogas, verdaderas puertas de la percepción en una sociedad donde el maniqueísmo religioso enceguece, abusa, maltrata y mata.  Por supuesto era lo que el sujeto quería hacer conmigo. Tal vez lo desestabilizó un único aplauso de una chica en el frente que apoyó mi defensa de los regalos sicotrópicos de la naturaleza; tal vez el apoyo discursivo de mi aguerrida compañera de viaje fue lo que solo le permitió amenazarme de puñalada en la calle. Y como le reclame por las groseras expresiones que comenzó a utilizar no tuvo reparo en lograr que mi nariz se estrellara contra sus nudillos. Realmente me impresiona como el dolor es ficción: aunque cayeron unas gotas de sangre de mi no muy pequeña nariz, no tuve ninguna dificultad en señalar al resto de al audiencia como eso es lo que ofrece la ayuda de dios: intolerancia, abuso y violencia… igual que las tribus de Israel, igual que los mercenarios de las iglesias, discursos altisonantes, ofensas y agravios. Realmente no se porque el sujeto no terminó el gesto que comenzó con su mano derecha hacia la chaqueta mientras reiteraba las puñaladas ofrecidas… No se si recordó que la navaja se la guardo el portero de la organización humanitario que le mostró el camino a la salvación, si le dio temor ante la cantidad de gente que había en la buseta o si el dolor de su puño ofendido le hizo recapacitar… el hecho es que se bajó airado con un compinche que lo acompañaba y no dejaba de sonreír con cada cosa que yo decía. No se si me gané una culebra y liberé un alma del yugo del señor. A la final algunos en la buseta tendrán algo en que pensar, en los lengüetazos que la muerte va regando por ahí.